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APRENDIENDIENDO A VIVIR CON LA BIPOLARIDAD

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Por Diana Karen Kraules Aedo
México Aunam). En la puerta, una voz ronca rompió el ritmo de la plática, al tiempo, todos los asistentes centraron sus ojos sobre aquel hombre con chamarra de cuero negra, pantalones grisáceos y gorro de montaña azul marino. —Buenos días, mi nombre es Ricardo Aramburú y… creí que no regresaría de nuevo, que había superado la depresión, pero…hace dos días, intenté suicidarme” — dijo con voz temblorosa mientras todos expresaban cara de lamento. De repente, el ambiente había cambiado, habían recordado que la bipolaridad los unía, todos querían aprender a vivir con ella, a aceptarla.


A cinco cuadras de la estación del metro, “La viga” y a media hora para que el reloj marcara las once, llegué al lugar. Se trataba de una casa color blanco con paredes desgastadas y un zaguán negro, lograba resaltar de los demás moradas por la gran lona blanca con letras azules que decía: “Organización Nacional de Trastorno Bipolar”.

Al tiempo en que la observaba, una mujer morena de estatura promedio, cabello negro canoso al hombro, que llevaba una chamarra cazadora de color gris y un pantalón de vestir azul marino que hacía juego con sus calcetas y zapatos del mismo color, llegaba en una camioneta blanca. Con un ceño de extrañeza, me preguntó: — ¿en qué te puedo ayudar? —. Le expliqué que había marcado en la semana para poder asistir a la “plática de apoyo” que se daría ese día, la cara de Xochitl Álvarez, fundadora de tal organización, cambió tras mi explicación y abriéndome la puerta, me dijo con voz servicial: —Ya recuerdo, eres la chica que estudia periodismo, pásale —.

En dicha estancia, las paredes eran blancas y sólo había 10 sillas rojas de metal, con un cojín verde en cada una, que formaban un círculo en la habitación. El piso parecía recién trapeado, la puerta era de madera y tenía una chapa dorada. Me senté en una silla que quedaba justo en frente de la entrada, a mis espaldas una ventana de aproximadamente tres por dos metros, decorada por unas persianas color azul cielo, dejaban asomar ligeros rayos de sol que resultaban reconfortantes por lo apenas templado de aquella mañana.

Cuando dieron las once, la plática dio inicio. — Es importante que nos presentemos y digamos por qué estamos aquí —dijo Xochitl empujándose los lentes hacia la cara mientras mostraba una sonrisa. Me miró y no me quedó más que cumplir su petición, —Buen día, mi nombre es Diana Karen Kraules Aedo, soy estudiante de comunicación en la UNAM y estoy aquí porque voy a realizar un reportaje sobre el tema de la bipolaridad”— dije segura mientras seis miradas me observaban.

Pegada a la puerta, se encontraba Citlalli, mujer de alrededor de 35 años. Nerviosa, se humectaba los labios pasando su lengua por los mismos mientras explicaba que era madre de un joven bipolar. En general, todo su atuendo era de tipo deportivo y parecía bastante cómodo: una playera blanca ligeramente holgada y unos pants negros que hacían contraste con sus tenis de tono claro. Su cabello chino alborotado estaba sujetado por una pequeña liga negra. A pesar de que trataba de justificar la ausencia de su hijo al mencionar que su novia tenia hepatitis y la estaba cuidando, al levantar sus cejas y mover su boca hacia el lado derecho, revelaba la inconformidad de lo que decía.

A su derecha se encontraba Mariel, de cuarenta años, quien tenía el cabello chino y café, vestía unos pescadores y una blusa holgada de tono beige, llevaba una pashmina tono verde arce. Estaba acompañada por su madre, Consuelo Murillo, de cabellera muy corta color cenizo que compaginaba perfecto con su blusa de tonalidad violeta y sus pantalones oscuros.

Mariel prosiguió después de Citlali, —soy bipolar, tengo dos hijos, una niña de cuatro y un adolescente de 14, poseo una licenciatura y posgrado en mercadotecnia — dijo levantando la cabeza en forma de orgullo, sin embargo, su postura cambió y sus ojos se fijaron al piso cuando mencionó, — hace dos meses recaí y estuve hospitalizada por poco más de tres semanas—.

Su madre interrumpió el silencio que dicha frase había generado y prosiguió, —mi hija le está echando muchas ganas y es que su esposo no la apoya, tan es así que el día de hoy no está aquí” — dijo con voz firme al tiempo que buscaba la mirada de su hija quien al escuchar lo anterior, despertó de su silencio y exaltada con los ojos muy abiertos, exclamó: —Sí, tu familia te etiqueta y cuando te enojas o lloras simplemente porque eres una persona que siente y no una piedra, te dicen: es que estás loca o pobrecita, y eso… te mata poco a poco, la bipolaridad te corta la vida— dijo después del tono de burla.

Tratando de encubrir su desesperación miró fijamente al hombre que estaba a su lado izquierdo y, con un subir y bajar de cejas, le dio a entender que era su turno. Martin se puso muy nervioso cuando esto ocurrió, sus manos temblaban un poco, pero el golpear sus pies uno contra otro lo ayudaban a ajustarse a la situación. Miraba a todos a la vez que sonreía mostrando esos dientes reveladores de años de haber fumado.

—Soy abogado y desde el 2002 fui diagnosticado con el trastorno bipolar, al principio fueron crisis muy fuertes, pero ahora ya no tanto, me traté en el Instituto Nacional de Psiquiatría y considero que es importante que como enfermo tengas las herramientas de un programa de apoyo y simultáneamente la atención de un psiquiatra para poder realmente vivir de una manera digna, mi objetivo es retomar mi carrera y es gracias a mi hermano que esta lucha me ha sido más sencilla— expuso mientras apoyaba suavemente su palma en la espalda de Ulises, su hermano.

Ulises llevaba unos jeans azules muy parecidos a los de Martin, pero a diferencia de éste, que llevaba un suéter azul marino con encaje blanco en el cuello, Ulises traía una camisa verde y portaba una barba negra en forma de candado que lograba afilar su cara de tez morena.

Finalmente se encontraba Alejandro quien de manera concreta dio a conocer sus datos personales, refirió que además de ser bipolar, también era alcohólico y drogadicto, que su madre era depresiva y que a lo largo de toda su vida había intentado suicidarse seis veces. Todos esos datos los dijo de forma continua, sin hacer pausas como si lo hubiera estado ensayando antes de aquella plática.

Pero antes de que se pudiera cuestionar a Alejandro, joven de más o menos 25 años con playera blanca y unos jeans que dejaban ver sus blancas calcetas de la marca “Nike”; en la puerta, una voz ronca resonó en la habitación. Era Ricardo Aramburú. Se sentó a lado mío, con la cabeza cabizbaja, los ojos cerrados y sin fuerza en su gesticulación, dijo. — Vengo a pedirles ayuda porque yo dejé de fumar aquí en esta organización y bajé de talla 42 a 34, me han ayudado mucho en este lugar y se supone que me había dado de alta, sin embargo, ya no puedo… — Su voz se transformó en sollozos y su tristeza se reflejó en las lágrimas que escurrían por sus mejillas.

—Ando como al 20 por ciento, hace dos días intenté suicidarme, vivo con discapacidad múltiple, tengo trastorno bipolar, isquemia cardiaca, angina de pecho, diabetes tipo II, mielitis, glaucoma, cataratas y poliuria. Cierro los ojos para resolver mis problemas, pero no soluciono nada, vivo en una casa de campaña con un hombre más viejo que yo y su novia esquizofrénica— dijo mientras sacaba una servilleta reutilizada de su chamarra para evitar que sus lágrimas cayeran por su cuello.

Después de que todos los asistentes mostraron el apoyo moral y económico a aquel hombre de cabello cenizo y barba mal rasurada, Xochitl tuvo que dar por terminada la plática para poder hablar en privado con Ricardo, quien antes de despedirse de los concurrentes, dijo “Muchísimas gracias a todos, me da mucha pena tener que venir así, espero poder volver a superar esta guerra, sólo pido eso y deseo eso para ustedes también, aprender a vivir con esta enfermedad y ser autosuficiente”.


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