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“LO MÁS IMPORTANTE ES EL CAMINO, NO EL DESTINO”: FRANCISCO MATA ROSAS

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Por Karla Elvira Contreras Merino
Ciudad de México (Aunam). Francisco Mata Rosas, fotógrafo y profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana unidad Cuajimalpa, deja la clase en las manos de su ayudante y sale del aula para el encuentro programado. Francisco es alto, aproximadamente unos 1.80 metros, y alegre; su primera sonrisa y el amable apretón de manos que conforman su cordial saludo así lo revelan.


Mata Rosas es uno de los exponentes más reconocidos de la fotografía contemporánea. Así lo acredita el número de reconocimientos a su nombre: Premio de Adquisición en la Bienal de Fotografía Mexicana (1988), Premio de Fomento y Conversión del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (1994 y 1999), entre otros.

En el momento del encuentro viste de manera casual: lleva puesto un pantalón de mezclilla, una chamarra gris marca The North Face y unas botas negras. Un chaleco negro debajo de la chaqueta le ayuda a combatir el frío de las 10 de la mañana, cuando el sol apenas sirve para brindar calor.

Sus canas combinan, aquí y allá, tonalidades grises y blancas e indican su ya avanzada edad, al igual que su rostro, en el que se dibujan algunas arrugas. Las ojeras reflejan el cansancio y la trayectoria, mientras que los lentes representan más de 30 años de trabajo, esfuerzo, pasión y sacrificio por sus profesiones.

En su cubículo, la puerta de cristal está etiquetada con su nombre. Es un espacio pequeño, casi como la mitad de un salón de clases, pintado de color blanco; por una ventana al fondo de la estancia, los cálidos rayos de luz entran para hacer el lugar un poco más acogedor.

El sitio cuenta con un pequeño mueble, una mesa de madera redonda con sillas color vino que sirve para la entrevista. No hay mucha decoración más que un poster fotográfico de personas que nadan en un río y un despachador de agua.

En los primeros minutos el profesor comienza su relato. Recuerda cada momento como si hubiera sido ayer, su primer contacto con lo que después se convertiría en uno de sus trabajos más reconocidos, la fotografía.
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“Mi contacto con la imagen estuvo ahí siempre, porque mi papá es un aficionado a la fotografía avanzada. Por ello, siempre tuvimos mucho contacto con la imagen. Él tenía un taller de offset donde imprimía libros y postales, entre otras cosas”, menciona.

Más allá de la fotografía

Mata Rosas recuerda que, en un principio, la fotografía formaba parte de su vida, pero no era un trabajo al que pensara dedicarse profesionalmente; era el periodismo el camino que atraía su atención.

“Cuando decido estudiar comunicación y periodismo, lo que me interesaba era escribir. Pensé que iba a ser escritor, en particular me gustaba mucho la crónica. Inclusive mi servicio social lo hice en una agencia como reportero y, según mis profesores, yo era muy bueno”, recuerda,

Sin embargo, la exposición constante hacia la fotografía dentro de su círculo familiar inclinó la balanza para que, años después, Mata Rosas empezara a dar sus primeros pasos en el fotoperiodismo.

“En mi ámbito familiar, la imagen siempre estuvo presente y eso me marcó muchísimo. Mientras estaba en la universidad era fotógrafo amateur y colaboraba y participaba en las actividades del Club Fotográfico de México. Uno de mis profesores publicó, por primera vez, algunos de mis trabajos en el periódico Novedades, en un suplemento de fin de semana para los jóvenes”.

Durante su estancia en el Club Fotográfico de México, Mata Rosas tuvo su primera exposición, aunque por ese entonces el profesor aún veía la fotografía como una actividad por la que sentía mucha atracción y no como un trabajo.

La exposición ganada en el mencionado club le consiguió al fotógrafo, en 1984, una invitación para colaborar, como freelance, en el recién fundado periódico La Jornada. Los próximos dos años estarían marcados por eventos importantes para la vida laboral de este catedrático.

“En 1985 viene el terremoto en el que tuve, como freelance, una participación muy activa. En 1986 se presenta una escisión en el departamento de fotografía de La Jornada, por lo que los fotógrafos fundadores se salen y me invitan a colaborar ya de fijo en el periódico”, detalla.

En ese momento, Mata Rosas ya se desempeñaba como académico en la UAM mientras estudiaba en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), una decisión que obedeció a su interés por estudiar cine. Sin embargo, su trabajo en La Jornada lo obligó a dejar ambas tareas, lo que marcó el inicio oficial de su carrera profesional.

Aunque abandonó sus estudios en el CUEC, Mata Rosas no ha perdido el interés por el séptimo arte, pues a lo largo del tiempo ha tratado de plasmar en sus trabajos algo de su pasión por el cine.

“El cine siempre ha estado ahí. En todos mis proyectos como El Metro, Tepito, México Tenochtitlan, Cuba, incluyo multimedia, documentales cortos, video. Incluso, después de muchos años he pensado en hacer un doctorado en cine documental. La imagen en movimiento, el cine, el lenguaje cinematográfico siempre han sido parte de mi carrera”, aclara.

“Lo más importante es el camino, no el destino”

Para este fotógrafo con más de 30 años de carrera, 150 exposiciones individuales en aproximadamente 50 países y 9 títulos publicados, el proceso de tomar la fotografía correcta ha representado siempre una posibilidad invaluable de conocer y experimentar lo que sucede a su alrededor.

“Yo me hice fotógrafo por todo lo que tienes que hacer para conseguir las fotografías. A mí lo que realmente me interesa es viajar, conocer gente, tener experiencias nuevas. Siempre me da curiosidad qué pasa en la frontera, por ejemplo, siempre hay algo que me mueve”, explica.

Mata Rosas comenta que, en contadas ocasiones, son estas experiencias el único recuerdo que guarda de algunos trabajos pues la fotografía, como objeto, permanece endeble ante cualquier imprevisto.

“Nosotros lo que buscamos son fotografías, pero el tenerlas es algo muy vulnerable: hay veces que cargas mal la película en la cámara y el rollo nunca avanza; tú disparas y disparas y no tomaste nada, o regresas con tu tarjeta, la metes a la computadora y está dañada, o simplemente estás mucho tiempo trabajando, regresas y ninguna imagen funciona para lo que estás haciendo”.

Desde la perspectiva del entrevistado, el buscar la fotografía se convierte en un vehículo de conocimiento y una puerta para una infinidad de posibilidades que Mata Rosas está dispuesto a seguir explorando.

“Lo más importante para mí es el camino, no el destino. Lo importante es todo lo que hago para tomar fotografías y no éstas en sí. La fotografía sigue siendo para mí una posibilidad de conocer, de aprender, de tener experiencias y, sobre todo, de experimentar y probar cosas. Cuando deje de darme eso, me dedicaré a otra cosa: plomero, carpintero, chofer de Uber”, dice en tono cómico mientras su rostro dibuja una sonrisa acompañada de pequeñas carcajadas.

El catedrático no olvida a la compañera que lo ha alentado a seguir en el camino de la fotografía: su esposa. Guadalupe Lara, actualmente directora del Foto Museo Cuatro Caminos, ha sido una persona fundamental en la vida personal y profesional del entrevistado.

“Mi mujer ha sido un gran pilar para llegar hasta donde estoy, sin duda alguna. Llevamos 30 años de casados y tenemos dos hijas. Me ha impulsado siempre; fue ella la que prácticamente me orilló a que renunciara a La Jornada y la que me ha apoyado en las publicaciones de mis libros. El gran pilar en mi trabajo como fotógrafo ha sido ella”, comenta.

“Esa imagen es más conocida que yo”

El portafolio de trabajo del profesor Mata Rosas deja entrever el esfuerzo, la creatividad y el estilo detrás de su lente: América Profunda (1992), Sábado de Gloria (1994), Litorales (2000), México Tenochtitlan (2005), Tepito ¡Bravo el Barrio! (2006), Un Viaje. El metro de la ciudad de México (2011) son algunos de sus títulos más conocidos.

Si bien todos sus trabajos poseen la misma importancia, el catedrático menciona que, en su caso, se ha acostumbrado a ocuparse no de uno, sino de varios proyectos al mismo tiempo, mismos que han visto pasar muchos años de su vida.

“Tengo publicados once libros, todos ellos importantes, pero me tardo mucho en hacerlos. Por ejemplo, México Tenochtitlan representó 15 años de trabajo, La Habana otros 10 años de trabajo, mientras que La Línea duró siete años. Eso no quiere decir que termino uno y empiezo el otro, si no tendría como 200 años ¿verdad?”, matiza.

El profesor afirma que esta simultaneidad le permite ir brincando de un trabajo a otro y le ayuda a discernir qué proyectos merecen la pena seguir trabajando y cuáles ya no funcionan y deben ser abandonados.

“Por eso los trabajos que he conservado son importantes para mí, porque han resultado trascendentes. Todos mis proyectos me han marcado de alguna manera, pero hay fotografías, en particular, que se pueden mencionar”, aclara.

La imagen aludida por el entrevistado forma parte del libro México Tenochtitlán y lleva por título Mictlán, el lugar adonde llegaban los muertos según la mitología náhuatl. En esta fotografía, una huesuda sale caminando del metro, como si fuera una usuaria más de este transporte.

Para Mata Rosas, Mictlán forma parte de ese grupo de fotografías por el que será recordado, según lo que una vieja amiga suya alguna vez le explicó.

“Hace muchos años, una fotógrafa muy importante, Mariana Yampolsky, me dijo: ‘Mira Francisco, nuestra memoria como humanos es muy corta y es muy difícil que nos acordemos de la obra de una persona. Como fotógrafos podemos tener todas las exposiciones y libros que queramos, pero al final la gente te va a recordar por cinco imágenes, y tú ya tienes una que es esa, Mictlán saliendo del metro’, me comentó. Esa fotografía, hasta la fecha, es con la que muchísima gente me relaciona, inclusive esa imagen es más conocida que yo”, señala.

El catedrático relata que algunas proyecciones o charlas, la gente se sorprende al enterarse que él es el autor de esa fotografía. “‘La conozco desde hace años, pero no sabía que era tuya’ me dicen emocionados, entonces esa fotografía como que ha tenido vida propia”, subraya.

“Que las fotografías tengan algo qué decir”

Para el catedrático de la sonrisa fácil, el problema que muchas personas experimentan con la fotografía no radica en que ésta sea una actividad complicada. De hecho, para Mata Rosas, fotografiar y escribir no se diferencian en lo absoluto

“Tomar fotografías en la actualidad es exactamente igual que escribir; todos escribimos, todos leemos. Cuando aprendemos a escribir, aplicamos las mismas reglas para hacer la lista del súper que para hacer poesía. Con la fotografía es igual; las mismas reglas sirven para tomarle una foto a la espuma de tu capuchino que para hacer una historia trascendente”, ejemplifica.

Desde su perspectiva, la traba que los fotógrafos enfrentan cuando se ponen detrás de la lente es que no tienen un objetivo claro, una historia preparada.

“Si tú tienes algo qué decir, lo puedes hacer con lo que sea: papel, piedras, alambre, plastilina, con un lápiz, una cámara de cine, una cámara de foto, etc., hay mil maneras de decir las cosas, pero si no tienes nada qué decir, no te sirve de nada todo el equipo, la tecnología, conocimiento del software, etc. La fotografía nos va a transmitir algo si quién la tomó tenía algo qué decir”, explica.

El catedrático sigue viendo a la imagen como un vehículo para transmitir ideas o puntos de vista. Es la percepción de la sociedad sobre éstas lo que ha cambiado, pues ya no existe un código cerrado (“así fue, esto fue, esto es”). La discusión alrededor de la imagen la enriquece.

“Tú como espectador o consumidor de la imagen puedes estar de acuerdo o no con ella, dar tu propia interpretación. Ahora entendemos que la fotografía es una opinión, un punto de vista más. Para mí, lo interesante de las historias son tanto lo que el autor quiso decir o expresar como la forma en la que los demás leen su trabajo”, comenta.

La línea del fotógrafo

Es contundente al opinar que la fotografía, por sí sola, no puede cambiar absolutamente nada. Es la denuncia de lo expresado y el debate alrededor de la imagen lo que puede hacer pensar a la sociedad que ciertas cosas deben cambiar o que ciertos procesos sociales o situaciones concretas merecen otro final.

Es este punto el que lleva a Mata Rosas a hablar sobre su línea de trabajo que lo ha llevado a retratar a las culturas marginales y periféricas de nuestro país. Su interés hacia estos grupos radica en un aspecto: la cultura.

“En los barrios y en las comunidades marginales existen actitudes que no existen en las culturas urbanas, como solidaridad, tolerancia, inclusión. Por eso me gusta trabajar con esos grupos, me gusta mucho la cultura popular urbana, los barrios, esa es la parte que más me interesa”, enfatiza.

Este interés se ha extendido también a otras comunidades que sufren otro tipo de marginación, como los inmigrantes deportados en la frontera que, a pesar de venir no solamente de distintas partes del país, sino del mundo, son capaces de formar grupos entre sí. Sin embargo, Mata Rosas no niega que haya pensado abandonar este enfoque en alguna que otra ocasión.

“He tratado de salirme de esta línea de trabajo, pero no puedo… Cuando me fui a Cuba quería fotografiar otra cosa y terminé fotografiando un barrio que es el Centro Habana. En fin, esa es mi línea, hasta ahora esa es mi línea, la cultura popular urbana y las pequeñas comunidades”, concluye.





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