Por Mariana Sánchez Cuazitl
México (Aunam). Una y otra vez el agua atraviesa el suelo de rocas sin ninguna prisa, dejando a su paso un frío tan helado que quema los pies descalzos de los peregrinos, pero refresca el alma de sus hijos, unos niños risueños que visten sólo unas bermudas y juguetean sin parar, zambulléndose dentro del agua.
Bajo un cielo soleado de medio día, entre el vuelo y silbar de los pájaros entre las nubes y las cúpulas de los robles, cientos de fieles se dan cita en el “Río de Chalma” para descansar del largo viaje que realizan a pie cada año, desde diferentes puntos del Distrito Federal como Iztapalapa, Azcapotzalco, Álvaro Obregón y de Netzahualcóyotl, en el Estado de México.
Hoy es un día de fiesta para los devotos del famoso santo “Señor de Chalmita”. Como es costumbre en la religión católica, cada tercer día de mayo se celebra a la Santa Cruz, y niños, jóvenes, adultos, y personas de la tercera edad, en honor a la fecha, años tras año visitan la iglesia principal del pueblo de Chalma: la casa de la milagrosa imagen que ha concedido los deseos de sus creyentes y satisfecho sus necesidades, según cuentan los beneficiados.
A las afueras hay adornos de triángulos blancos y azules que se mueven despacio con el pasar del aire. Una fuente de agua es la atracción, las mamás empapan la cara de sus hijos con chorros del líquido bendito, algunos jóvenes se salpican entre sí para refrescarse del día tan caluroso y bendecirse.
Esta tradición data de la década de los sesenta. A la entrada de la iglesia, un tumulto de fieles que porta playeras y carga mantas con el dibujo del cuerpo de Jesús clavado en una cruz, se adentra rezando en voz alta: “Padre nuestro que estás en los cielos… y repitiendo:”Gracias por permitirnos llegar”, “Aquí llegamos y a tus pies nos ponemos”.
Las manos de las monjas colocan con fuerza unas coronas de flores a las cabezas de los niños o cualquier persona que visite por vez primera la Tierra Santa: Chalmita, como símbolo de bienvenida al templo. Entre empujones, los caminantes con mochilas y bolsos logran entrar para escuchar misa y ser bendecidos por el sacerdote, quien a cada dos horas repite la misma sesión religiosa para los peregrinos que llegan durante el día.
Al terminar la misa, familias con maletas, cobijas y chamarras en la espalda se apresuran a llegar al río para refrescarse y descansar de la caminata que dura aproximadamente dos o tres días. Otras más se dirigen a las habitaciones de la iglesia, unos cuartos gratuitos que se construyeron hace más de 50 años para los viajeros que busquen reposo o dónde pasar la noche.
Uno que otro niño pide a sus padres que lo suban a un caballo para montarlo y retratarse. “¡Cincuenta la foto!”, exclama el dueño del animal artificial. “¡Nieveeeeees, nieveeeees!”, se escucha decir a dos niños que venden y compiten entre ellos para ofrecer sus productos.
Atrás del santuario, hay un sitio en donde se puede comer y beber por tiempo libre. No hay costo por ocupar las bancas y mesas de cemento. Familias enteras se sientan a convivir y reír por horas, hasta que el estomago ha quedado atiborrado de comida casera: arroz, mole con pollo, salsa roja; pechugas asadas, chiles en vinagre; bisteces de res, agua de limón y horchata, son algunos de los platillos que las esposas y abuelas guisan desde casa.
Carcajadas, brindis con micheladas y cervezas, bailaditas, música de mariachis y norteños, y gritos de festejo, distinguen al lugar donde sólo se pagan las bebidas que se consumen.
Al atardecer, los fieles visitan el Rio de Chalmita. Antes de llegar hasta ahí, recorren un camino de tierra y piedras, es medio kilometro lo que andan para poder disfrutar del agua. En la senda se encuentran puestos de sandalias de todos los números, googles, bermudas y trajes de baño para chicos y grandes. “De que talla lo quiere, pregunte”, “Qué busca, aquí lo tenemos”, exclaman los vendedores.
Las bajadas llegan a su fin, y un olor de humedad impregnada en las rocas predomina en el ambiente. El sonar del agua al caer en las piedras, las risas de niños y cantar de las aves son el paisaje de una puesta de sol en un famoso pueblo del Estado de México: Chalma.
El agua es helada, aún así adultos y niños nadan y permanecen en el río para “quitarse el calor acumulado durante el día”. Los antojitos de papas y chicarrones, al igual que los puestos de dulces y restaurantes de comida adornan la orilla del riachuelo. El olor a quesadillas es inevitable. La tinga de pollo guisado y las gorditas de chicharrón son el platillo preferido de los visitantes.
Al costado del río, se encuentra la zona de albercas. El costo para el acceso es de treinta pesos por persona. Niños con trajes de baño se avientan al agua. Un tobogán azul es el preferido para deslizarse y entrar al agua con fuerza.
Después del reposar y las horas de diversión, los fieles se retiran. A la salida del río recorren el mercado de Chalma, pasaje que traslada a la época del México prehispánico por exhibir dulces típicos del país tricolor. En forma de pirámides se presentan jamoncillos, cocadas, palanquetas, calabacetes, alegrías, mazapanes, dulces de leche, tamarindos, borrachitos, higos, merengues y camotes.
Los huaraches de cuero, los rebozos, los chalecos bordados a mano, los sombreros de palma, las ollas de barro, y los utensilios de madera ocupan la mayoría de los puestos.
Chalmita es un pueblo místico y religioso, sus habitantes cuentan la leyenda de que los visitantes deben acudir con fe a la iglesia y con humildad para agradecer o pedir favores, o de lo contrario el “Señor de Chalma”, un santo que es la imagen viva de Jesús, el hijo de Dios, puede castigarlos con alguna lesión en el cuerpo.
La noche cubre al espacio religioso, donde cada año los devotos se reúnen desde el día principal que es el tres de mayo hasta el cinco del mismo mes. Playeras con la imagen de la Virgen María, rosarios, figuras de santos, cruces, bolsas de “tierra santa” para curar dolores de estómago, agruras, y coronas de flores para los automóviles, resaltan a la vista.
El andar de los peregrinos vuelve a ser lento, como cuando recién llegaron, pero ahora se dirigen a las bases de camiones con destino al metro Observatorio del Distrito Federal. Un aire frío, y el cielo estrellado despiden a los fieles. Poco a poco, la Tierra Santa vuelve a quedar vacía, sin más bullicios de festejo.
Foto: Marrovi - Wikimedia
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Bajo un cielo soleado de medio día, entre el vuelo y silbar de los pájaros entre las nubes y las cúpulas de los robles, cientos de fieles se dan cita en el “Río de Chalma” para descansar del largo viaje que realizan a pie cada año, desde diferentes puntos del Distrito Federal como Iztapalapa, Azcapotzalco, Álvaro Obregón y de Netzahualcóyotl, en el Estado de México.
Hoy es un día de fiesta para los devotos del famoso santo “Señor de Chalmita”. Como es costumbre en la religión católica, cada tercer día de mayo se celebra a la Santa Cruz, y niños, jóvenes, adultos, y personas de la tercera edad, en honor a la fecha, años tras año visitan la iglesia principal del pueblo de Chalma: la casa de la milagrosa imagen que ha concedido los deseos de sus creyentes y satisfecho sus necesidades, según cuentan los beneficiados.
A las afueras hay adornos de triángulos blancos y azules que se mueven despacio con el pasar del aire. Una fuente de agua es la atracción, las mamás empapan la cara de sus hijos con chorros del líquido bendito, algunos jóvenes se salpican entre sí para refrescarse del día tan caluroso y bendecirse.
Esta tradición data de la década de los sesenta. A la entrada de la iglesia, un tumulto de fieles que porta playeras y carga mantas con el dibujo del cuerpo de Jesús clavado en una cruz, se adentra rezando en voz alta: “Padre nuestro que estás en los cielos… y repitiendo:”Gracias por permitirnos llegar”, “Aquí llegamos y a tus pies nos ponemos”.
Las manos de las monjas colocan con fuerza unas coronas de flores a las cabezas de los niños o cualquier persona que visite por vez primera la Tierra Santa: Chalmita, como símbolo de bienvenida al templo. Entre empujones, los caminantes con mochilas y bolsos logran entrar para escuchar misa y ser bendecidos por el sacerdote, quien a cada dos horas repite la misma sesión religiosa para los peregrinos que llegan durante el día.
Al terminar la misa, familias con maletas, cobijas y chamarras en la espalda se apresuran a llegar al río para refrescarse y descansar de la caminata que dura aproximadamente dos o tres días. Otras más se dirigen a las habitaciones de la iglesia, unos cuartos gratuitos que se construyeron hace más de 50 años para los viajeros que busquen reposo o dónde pasar la noche.
Uno que otro niño pide a sus padres que lo suban a un caballo para montarlo y retratarse. “¡Cincuenta la foto!”, exclama el dueño del animal artificial. “¡Nieveeeeees, nieveeeees!”, se escucha decir a dos niños que venden y compiten entre ellos para ofrecer sus productos.
Atrás del santuario, hay un sitio en donde se puede comer y beber por tiempo libre. No hay costo por ocupar las bancas y mesas de cemento. Familias enteras se sientan a convivir y reír por horas, hasta que el estomago ha quedado atiborrado de comida casera: arroz, mole con pollo, salsa roja; pechugas asadas, chiles en vinagre; bisteces de res, agua de limón y horchata, son algunos de los platillos que las esposas y abuelas guisan desde casa.
Carcajadas, brindis con micheladas y cervezas, bailaditas, música de mariachis y norteños, y gritos de festejo, distinguen al lugar donde sólo se pagan las bebidas que se consumen.
Al atardecer, los fieles visitan el Rio de Chalmita. Antes de llegar hasta ahí, recorren un camino de tierra y piedras, es medio kilometro lo que andan para poder disfrutar del agua. En la senda se encuentran puestos de sandalias de todos los números, googles, bermudas y trajes de baño para chicos y grandes. “De que talla lo quiere, pregunte”, “Qué busca, aquí lo tenemos”, exclaman los vendedores.
Las bajadas llegan a su fin, y un olor de humedad impregnada en las rocas predomina en el ambiente. El sonar del agua al caer en las piedras, las risas de niños y cantar de las aves son el paisaje de una puesta de sol en un famoso pueblo del Estado de México: Chalma.
El agua es helada, aún así adultos y niños nadan y permanecen en el río para “quitarse el calor acumulado durante el día”. Los antojitos de papas y chicarrones, al igual que los puestos de dulces y restaurantes de comida adornan la orilla del riachuelo. El olor a quesadillas es inevitable. La tinga de pollo guisado y las gorditas de chicharrón son el platillo preferido de los visitantes.
Al costado del río, se encuentra la zona de albercas. El costo para el acceso es de treinta pesos por persona. Niños con trajes de baño se avientan al agua. Un tobogán azul es el preferido para deslizarse y entrar al agua con fuerza.
Después del reposar y las horas de diversión, los fieles se retiran. A la salida del río recorren el mercado de Chalma, pasaje que traslada a la época del México prehispánico por exhibir dulces típicos del país tricolor. En forma de pirámides se presentan jamoncillos, cocadas, palanquetas, calabacetes, alegrías, mazapanes, dulces de leche, tamarindos, borrachitos, higos, merengues y camotes.
Los huaraches de cuero, los rebozos, los chalecos bordados a mano, los sombreros de palma, las ollas de barro, y los utensilios de madera ocupan la mayoría de los puestos.
Chalmita es un pueblo místico y religioso, sus habitantes cuentan la leyenda de que los visitantes deben acudir con fe a la iglesia y con humildad para agradecer o pedir favores, o de lo contrario el “Señor de Chalma”, un santo que es la imagen viva de Jesús, el hijo de Dios, puede castigarlos con alguna lesión en el cuerpo.
La noche cubre al espacio religioso, donde cada año los devotos se reúnen desde el día principal que es el tres de mayo hasta el cinco del mismo mes. Playeras con la imagen de la Virgen María, rosarios, figuras de santos, cruces, bolsas de “tierra santa” para curar dolores de estómago, agruras, y coronas de flores para los automóviles, resaltan a la vista.
El andar de los peregrinos vuelve a ser lento, como cuando recién llegaron, pero ahora se dirigen a las bases de camiones con destino al metro Observatorio del Distrito Federal. Un aire frío, y el cielo estrellado despiden a los fieles. Poco a poco, la Tierra Santa vuelve a quedar vacía, sin más bullicios de festejo.
Foto: Marrovi - Wikimedia
